Zorrilla, Margarita (2005). Hacer visibles buenas prácticas: Mientras el debáte
pedagógico nos alcanza. México: COMIE.


Leonor García Pérez

Recensión

 

Buenos días.

Saludo con gusto a mis colegas y amigos que comparten conmigo esta mesa, así como a todos los presentes. Agradezco la oportunidad a todos los involucrados en este proyecto el permitirme presentar este libro.

Cuando Margarita Zorrilla, como coordinadora de estos proyectos, me invitó a presentar el libro de “Buenas Prácticas”, me sentí muy honrada, pero sobretodo contenta, pues sin ser autora de ninguno de los trabajos, sí los vi formarse y crecer hasta lo que son el día de hoy: un trabajo profesional que reúne un conjunto de experiencias educativas, acompañadas de la mano cada una de ellas por una investigador educacional.

A manera de recuento de los hechos, aproximadamente en enero del año pasado, Margarita me invitó a colaborar con ella como revisora y correctora de estilo de los cinco textos que hoy conforman este libro.

Empecé por leer diversos documentos que expresaban lo que se vivió en el pasado Congreso Nacional de Investigación Educativa, en particular lo relativo al tema de “Hacer visibles buenas prácticas en educación.” Así, investigadores puros y duros volcaban sus impresiones y cuanto más leía, más me atrapaba el tema. La sensibilidad de todos ellos sobrepasaba la investigación por sí misma. Pude percibir que lo que cinco investigadores presentaron a nombre de enormes grupos de personas involucradas, iba más allá de sólo prácticas en educación.

Fueron tantas las emociones manifestadas en esos escritos que algo en mí se despertó, deseosa de seguir leyendo sobre eso que todos llamaban “Buenas Prácticas”. Debo confesar que una vez que inicié la lectura, no pude parar. El deleite de deslizar las páginas pudo más que la misión que me había sido encomendada. La corrección de estilo pasó a segundo término porque en las cinco investigaciones lo único que quería… era saber qué pasaba; sí, como en las novelas… quería saber el final.

Quiero decirles que no es mi intención narrarles paso a paso cada una de las investigaciones pues estoy segura de que disfrutarán su lectura tanto como yo. Tan sólo quisiera expresarles lo que fui sintiendo y viviendo a lo largo de mi tarea.

Mi acercamiento con el proyecto continuó con la lectura de la investigación de Bonifacio Barba, quien con una fina sobriedad nos presenta la experiencia que se vive en Tizapán el Alto en Jalisco. Cabe destacar que uno de los valores de este libro es que los cinco trabajos no fueron llevados a cabo única y exclusivamente por los investigadores, sino de manera conjunta y de la mano con las personas directamente involucradas con cada uno de los proyectos. Así, en este caso Martín Ortiz asistió a Bonifacio.

Así, una parte del trabajo de Bonifacio nos narra cómo una comunidad reunió esfuerzos para que escuelas secundarias pudieran contar con un criadero de borregos. Sí, un criadero de borregos que más que eso, ha sido el deseo de preparar a los jóvenes para situaciones laborales reales; ha sido la unión de esfuerzos para un fin común.

Un punto que considero digno de destacar es que en estas comunidades existe un alto índice de migración hacia los Estados Unidos. Por este motivo,  todo lo que pueda hacerse dentro de la comunidad para que esta situación si no cese, al menos no aumente, es de gran utilidad.
La experiencia de Tatu’utsí Maxakwaxi que nos presentan Mario Rueda, Rocío de Aguinaga y Carlos Salvador me cautivó. Trata de una secundaria inmersa en una comunidad indígena, en el municipio de Mezquitic en Jalisco. En este proyecto puede sentirse el amor por las costumbres, el valor de la herencia cultural, el compromiso de la comunidad por su comunidad, así como la responsabilidad por el cuidado de su entorno. Desde que uno lee cómo fue conformada la escuela, huele a tradición; los ancianos dieron nombre al centro; aquí, muchos jóvenes egresan de la secundaria y permanecen en ella como profesores. La intención de que se enseñe la lengua wixárika es que los niños estaban olvidando sus raíces, su cultura. En efecto: aprendían español y podían salir de su comunidad, pero también perdían identidad. Asimismo, estos jóvenes reciben instrucción sobre Derechos Indígenas, pero cabe mencionar que también están altamente capacitados en derechos humanos, en general.

Otro rasgo que llamó mi atención fue el hecho de que los alumnos que residen a varias horas de caminata regresan a sus casas los fines de semana, mientras que los que pertenecen a lugares más alejados de la escuela son recibidos en las casas de familias locales durante todo el año escolar. Una vez más, se observa el compromiso de la gente por su gente.

Un punto que cabe destacar es que, con el “pretexto” de desarrollar habilidades y competencias en el idioma español, se han creado las asambleas de alumnos, en donde los jóvenes ponen en la mesa problemas, toman decisiones, dialogan de manera colectiva y participan en público. Me queda claro que la democracia es un valor inherente a esta sociedad.

A continuación, el libro nos presenta la experiencia de Mercedes de Agüero y Maby Muñoz en la comunidad de San Bartolomé Zoogocho en Oaxaca. En esta investigación hay dos circunstancias que llamaron mi atención: la primera, el hecho de que sea un internado en donde niños y niñas conviven día a día, aprenden diversos oficios en los talleres, participan en la preparación de los alimentos; y la segunda, el hecho de que muchas de las actividades de la comunidad en donde está inmerso este internado giren alrededor de eventos en los que las bandas de música son protagonistas.

Mercedes logra narraciones precisas y sensibles en donde más que una lectura, parece que estuviéramos viendo una película. Uno es capaz de ver la belleza de la naturaleza que encierra la comunidad de Zoogocho, se percibe el olor a tortillas calentitas, recién preparadas, el sonido de los instrumentos musicales acompaña la diversidad de etnias indígenas que viven en el internado. Así, la música se convierte en el idioma común para todos estos pequeños. Se respira la colaboración y armonía entre todos los integrantes de esta comunidad.

Los niños no sólo estudian la primaria, viven en un internado y aprenden un oficio, sino que se sensibilizan frente a las artes y se fortalecen con los deportes. No sólo son capaces de tocar un instrumento, sino que aprenden a leer y crear música. En una sociedad en donde las bandas de música tienen gran importancia histórica, es de llamar la atención que esta comunidad, en pleno siglo XXI, aún conserve esta tradición cultural.

Así, Mercedes también nos relata sus experiencias frente a eventos deportivos y culturales en donde varias comunidades compiten entre sí y comparten no sólo sus riquezas y tradiciones culturales, sino su tiempo, sus alimentos, su mesa, el cariño por su gente.

El éxito de las bandas de música ha cruzado las fronteras de Zoogocho y aun las de Oaxaca. Hoy día, jóvenes de diversas partes del país desean integrarse a este internado para estudiar música. Otro aspecto relevante es que no sólo los niños aprenden a tocar un instrumento, sino que muchos se convierten en instructores y, por tanto, multiplicadores de la sabiduría.

El cuarto proyecto en turno fue el de Alma Carrasco y Gabriel Salom. En esta investigación podemos ver cómo distintos niveles educativos ubicados en una amplia zona rural de la sierra Norte de Puebla se han visto beneficiados. Al igual que la experiencia citada en Oaxaca, ésta está llena de bellezas naturales, pero más importante, de trabajo en equipo. La solidaridad y compromiso por parte de estudiantes y profesores es palpable al momento de ver que muchos alumnos, al terminar sus estudios, permanecen en la zona “multiplicando” sus saberes y experiencias. Por experiencias me refiero a que es gente que tiene muy claro qué necesita su comunidad y que sabe cómo ayudar. A fin de extender sus conocimientos, se han dado a la tarea de sistematizar sus experiencias educativas y de esta forma han incluido en el currículo necesidades específicas de la zona.

Asimismo, están comprometidos en un proyecto editorial que concentra propuestas, sugerencias didácticas y materiales de lectura. La investigación es preocupación constante de los involucrados en el proyecto.

Otra característica de esta práctica es la cercanía afectiva entre los participantes, así como la relación de respeto intelectual que existe entre ellos. Por otra parte, es claro que se vive un trabajo permanente en el tema de equidad de género; cada día más mujeres se incorporan al proyecto.

Como último capítulo, tenemos la participación de María Bertely y Charles Keck, quienes nos comparten las experiencias de diversas escuelas involucradas en el proyecto de Casa de la Ciencia, en Chiapas.

Me cuesta trabajo resumir este capítulo, pues es tan rico en entrevistas y comentarios personales, todos ellos muy sensibles y ricos en información. En fin, me cautivó cómo se fueron incluyendo diversos actores en el proyecto, poco a poco, y de maneras muy distintas. Cada uno aportó saberes muy opuestos y la diversidad de sus formaciones presentó dilemas, al mismo tiempo que riqueza.
El tema de la diversidad es una constante. Para ninguno de nosotros es ajeno el hecho de que el estado de Chiapas es rico en este tema. Así, se iniciaron proyectos en diversas áreas como bibliotecas, programas de primarias, secundarias y normales, así como de capacitación. Me parece importante detenerme en este último.

La Casa de la Ciencia trabaja de manera constante en talleres de capacitación de profesores en donde éstos han tenido la oportunidad de abrir sus corazones, de conocerse más, de ofrecer ayuda y porqué no, también de pedirla. El hecho de que los profesores se conozcan mejor ha redundado en su capacidad para llevar a cabo trabajo colegiado, que antes no existía.

Otro tema en el que han profundizado los profesores es el de los valores. Han aprendido a valorarse a ellos mismos, a dar valor a su trabajo, al trabajo de la persona de al lado, pero el más importante: dar valor a cada uno de los alumnos.

A grandes rasgos, lo que les acabo de contar es una “probadita” de lo que nos ofrece el libro Hacer visibles buenas prácticas. Mientras el debate pedagógico nos alcanza.

Estos cinco proyectos manifiestan el amor por la educación, el compromiso de cada participante por su comunidad. Estos proyectos me devuelven la fe en que cada mexicano cuenta, ya que cada uno es un individuo y de que nuestros niños pueden dejar de ser cifras sin rostro, sin vida.

Cada uno de los proyectos anteriores son proyectos inspiradores, dignos de ser imitados. Sé que es imposible trasladarlos a otra comunidad “tal cual” se presentan aquí, pero ahí radica la maravilla de cada una de estas experiencias. Son auténticas, son únicas, están llenas de vida. Cada comunidad, cada geografía, cada etnia, cada clima necesita ser atendido de manera particular.

Lo más destacable de estas prácticas es que el centro de interés es cada uno de los niños y jóvenes que atienden estos centros escolares; que alrededor de ellos existe una verdadera comunidad educativa que los cobija, los impulsa, los apoya; que agentes externos como la Fundación Ford financian estos proyectos porque creen en ellos, creen en la gente que está detrás de ellos.

Espero que la lectura de este libro se convierta en fuente inspiradora de quehaceres en el área educativa. No importa desde qué trinchera, siempre hay manera de participar y cooperar en el ámbito educativo.

Después de la narración anterior, ¿alguien tiene la menor duda de que todas éstas sean Buenas Prácticas?