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Educar desde la Compasión Apasionada {*}

Mercedes Muñoz-Repiso

 

Días atrás, escuché en la radio a Ángel Gabilondo, rector de la Universidad Autónoma de Madrid, decir lo siguiente: “el afecto es indispensable para la educación, hay muchas teorías pedagógicas, pero esto es seguro”.  Me gustó mucho oírlo, porque hasta hace muy poco habría sido impensable escuchar algo así en boca de un académico.

En el último cuarto de siglo, la investigación educativa y los documentos pedagógicos hablan de eficacia docente, recursos educativos, evaluación, tecnología didáctica, resultados, eficiencia, orientación al rendimiento, éxito…. pero es casi imposible encontrar alusiones a los sentimientos, las emociones y los afectos. Expresiones tales como vocación de maestro, pasión o entusiasmo por la enseñanza, amor a los alumnos (y no digamos compasión) estaban proscritas como sentimentalismos ajenos a la profesionalidad de los docentes, a la ciencia pedagógica y, desde luego, a la orientación empresarial, tan en boga en los últimos tiempos. 

Por eso, a quienes siempre creímos que la calidad de la educación se juega en el terreno complejo de la mente y el corazón de maestros y alumnos, nos produce gran satisfacción ver cómo se va volviendo de la fría visión industrial de la enseñanza y entramos, en palabras del profesor de la Universidad de Boston Robert Fried, en la “era de la pasión”. Sesudos catedráticos hablan de estos temas y los ponen en el centro del debate pedagógico. Los sentimientos y las emociones de los protagonistas de la educación son, al menos, parte tan esencial del proceso de enseñanza–aprendizaje como la organización escolar, el currículo o las técnicas pedagógicas.  Diríamos que incluso más.

 1. EL MAESTRO APASIONADO

La verdad es que, para que exista una educación de calidad, para que se alcancen los fines que la sociedad propone como deseables para la educación de sus niños, es imprescindible que existan maestros apasionados por su tarea. La educación va mucho más allá de la satisfacción de unas exigencias académicas, del cumplimiento de unas normas o de la aplicación de unas técnicas. Los fines que se propone son de carácter moral, nada menos que el desarrollo intelectual, afectivo, social y espiritual de nuestros niños para que lleguen a la plenitud como personas  ¿Cómo alguien ha podido pensar que esto se logra aplicando estrategias empresariales de gestión de calidad, como si de la fabricación de productos en serie se tratara?

Sólo una persona apasionada, comprometida con su trabajo, inconformista, deseosa de mejorar la sociedad, amante de sus alumnos y de la materia que enseña, está en condiciones de educar verdaderamente.  La vocación docente es mucho más que una dedicación laboral como otra cualquiera, implica no solo la vida profesional del maestro, sino también la personal y no solo su trayectoria intelectual, sino también sus emociones y hasta su propia identidad. Es una auténtica “vocación” y, por tanto el que se siente llamado no puede responder a ella más que con pasión. No se puede seguir una vocación aplicando un manual de instrucciones ni cumpliendo un reglamento escrupulosamente. A lo mejor la pasión lleva también al cumplimiento, pero el núcleo que genera la energía necesaria para llevar adelante la tarea está hecho de entusiasmo, de esperanza, de altos ideales. No es esto precisamente lo que se suele escuchar en las facultades y escuelas de formación de profesores, ni lo que los aspirantes a docentes suelen aducir como razón de su elección profesional. No se lleva en absoluto lo de la vocación en este mundo nuestro tan aséptico y tecnificado. Pero en el fondo ahí está, como siempre. Y la podemos reconocer en muchos maestros en ejercicio y en muchos alumnos que se están formando para serlo.

Podríamos preguntarnos con Hugo Assmann si “ser educador o educadora es aún una opción de vida que entusiasma (que apasiona), si se puede hablar de fascinación de la educación sin pecar de ingenuo”. Es una pregunta que puede responderse de forma teórica de muchas formas, según la posición que cada uno adopte. Assmann lo hace dando argumentos para el entusiasmo, porque considera que “la educación es hoy la más avanzada tarea social liberadora” y tiene razón .Pero creo que la mejor respuesta es mirar la realidad: los maestros apasionados están en las escuelas, los vemos todos los días. Son los que están llevando a cabo (y van a seguir llevando) la auténtica labor educadora en nuestra sociedad.  Los profesores no vocacionales, no apasionados, son tan solo una comparsa en el mejor de los casos y un fraude social en el peor.

Pero el maestro apasionado no es un ingenuo, ni vive de ilusiones, sino que busca los mejores medios para llevar a la práctica su entusiasmo de manera inteligente. Pasión y eficacia no son cosas opuestas, todo lo contrario. El trabajo de los docentes es muy complejo, exige a la vez una serie de destrezas intelectuales (dominio de una o varias materias, técnicas de enseñanza, conocimiento de los procesos de aprendizaje y del manejo de grupos, etc.) y una implicación emocional constante. Se trata de una relación entre seres humanos, con toda la carga de vivencias, sentimientos, conocimientos previos y situaciones personales que cada uno lleva al aula, que, además se desarrolla en muchos casos en situaciones adversas.  Es evidente que no se puede hacer frente a una tarea semejante aplicando sin más la normativa vigente, es decir llevando a cabo meros procesos racionales o incluso disponiendo de medios tecnológicos sofisticados. Se requiere mucho más. Sólo la pasión proporciona al educador la fuerza y la creatividad necesarias para combinar todos los elementos de su quehacer diario, un curso y otro, para lograr que sus alumnos sean más personas.  

Los alumnos saben bien lo que es la calidad del aprendizaje y lo relacionan siempre con la pasión que sus profesores ponen en la enseñanza. No sabrían definirlo de forma precisa, pero ellos captan cuándo el docente está entusiasmado con su materia y, además, le importan más que nada sus alumnos. Y eso lleva a una relación de confianza y respeto mutuo que es el terreno abonado para que germine a su vez el entusiasmo por aprender y la responsabilidad de los niños. Ya sabemos todas las dificultades que implica lograr algo así en la sociedad de hoy y no vamos a entrar en ellas aquí, nadie dice que sea fácil ser profesor en el momento actual. Pero sigue siendo válido que la única manera de educar es implicarse en ello apasionadamente, con la mente y el corazón.

Lo curioso es que el profesor que tiene ideales, entusiasmo y pasión por la educación seguramente trabaja más, pero también disfruta más y encuentra en ella un soporte para su esperanza. Así lo entiende Philippe Meirieu cuando dice:”Nuestros niños nos hacen un inmenso servicio. Su presencia nos obliga a hablar, a decir lo que queremos hacer del mundo, a intentar poner nuestros actos en coherencia con nuestros discursos...El deber de educar a nuestros niños nos recuerda felizmente lo esencial y los sueños que forjamos para ellos nos sostienen en el esfuerzo que hacemos para nosotros mismos”  El maestro apasionado tiene un compromiso con la sociedad a través de su misión educadora. Cree que su trabajo es importante para el crecimiento de sus alumnos y que, si ellos son más personas, el mundo será un poco mejor. Eso le obliga a mantener la esperanza y redunda en su propio crecimiento continuo, en que siga aprendiendo, para mantener a la vez la pasión y  la competencia.

 2. LA COMPASIÓN EN LA ESENCIA DE LA EDUCACIÓN

“La vocación de enseñar tiene que ver, quizá por encima de todo, con el amor”, dice el profesor de la Universidad de Nottingham Christopher Day. Amor a los alumnos, amor a aprender y a enseñar, amor a un campo de conocimiento, amor al proceso de convertirse en plenamente humano y ayudar a otros en ese proceso…amor a la humanidad. Desde esta perspectiva el afecto es un ingrediente imprescindible de la enseñanza, no es un añadido, ni mucho menos algo que pueda dejarse fuera del aula. En esto coinciden Gabilondo y Day (y miles de maestros): lo único seguro es que sólo se educa desde el afecto.

Al docente apasionado le gustan sus alumnos, le gustan los niños y los jóvenes, “conecta “con ellos. Sin esa conexión o empatía sería impensable la relación educativa. El afecto le lleva a interesarse por las personas a las que debe educar, por sus circunstancias y características personales. Porque la educación, lejos de lo que presupone el “modelo industrial” (según el cual, el profesor es un mero instrumento y los resultados del alumno un mero producto) no consiste en la aplicación de directrices marcadas desde fuera de la escuela. Así no se educa, a lo más se instruye. La educación implica una relación humana y el maestro es una persona con todas sus capacidades y afectos puestos en juego para relacionarse con otras personas y lograr de ellas lo mejor de sí mismas.

La conectividad entre maestro y alumno y de los maestros entre sí, basada además en la conectividad del maestro consigo mismo (su unificación como ser humano) es pues esencial en las profundas relaciones que se dan en torno a la educación. Por eso Day llega a decir que en el núcleo de toda relación satisfactoria entre docente y aprendiz está la compasión: “En los últimos años han proliferado los textos sobre la eficacia de la escuela y del docente. Sin embargo ninguno ha sabido reconocer que la enseñanza y el aprendizaje eficaces se basa, en el fondo, en el ejercicio de la pasión y la compasión de los maestros en el aula”

Vemos pues cómo de la mano de la vocación entró la pasión y de la mano de ésta el afecto y de ahí llegamos a la compasión como esencia de la educación. Resulta bastante insólito encontrar esta palabra en la caracterización de algo tan ajeno aparentemente a ella como es la enseñanza. Pero ¿no será porque hemos malinterpretado tanto la una como la otra? En educación ya hemos visto como el mal viene de haber olvidado lo que es en verdad esencial. Respecto al término “compasión” también conviene volver a su sentido genuino para poder comprender su lugar en la relación educativa.

El profesor Pedro Sarmiento piensa críticamente el concepto de compasión para despojarlo de las connotaciones de superioridad (lástima del más débil) de bondad difusa (mero sentir emotivo, impotente y pasivo) o de ternura del corazón (que llevaría a eludir la verdad costosa y las responsabilidades molestas ante el compadecido). Y llega al fondo de la cuestión: “La palabra «compasión» lo lleva marcado (de «pati» y «cum»), expresando ese movimiento sorprendente de lo humano, que nos arrastra a participar simétricamente del destino del otro. Podemos ponernos en su lugar para vivir su suerte. La compasión nos abre a sentir al otro como él se experimenta a sí mismo.”. Ahí está el quid de la cuestión: el maestro tiene que intentar sentir al otro que es su alumno como éste se experimenta a sí mismo y desde ese  conocimiento-sentimiento profundo avanzar en la relación educativa. Desde este punto de vista la compasión es un estado de conciencia exigente: “El hecho de que suscite resistencia en nuestro ánimo, significa que incluye dimensiones personales de implicación, que no son posibles sin una sensibilidad ética bien despierta. Sólo se compadece quien no puede permanecer neutral ante el otro (…) La auténtica compasión, está decidida a resistir, a ser paciente, a sufrir para ayudar de verdad, no es un alegato voluntarista, sino que exige inteligencia para encontrar su lugar justo. (…) La compasión es una parte decisiva de la pasión ética.”

Reconocemos en estas palabras ecos de lo más genuino de la relación que se establece entre maestro y alumno. La empatía no le lleva al docente a una blanda aquiescencia con el modo de ser y actuar del niño, sino a “buscar en él su mejor yo” (como diría Salinas) pacientemente, con inteligencia para encontrar los mejores medios, resistiendo a las dificultades de todo tipo, Sólo la pasión y la compasión  pueden dar como resultado una educación eficaz en el sentido más hondo del término.

Dice también Sarmiento que la compasión exige lucidez y delicadeza. Esta apreciación está muy en consonancia con lo que Day llama tacto pedagógico, quizá difícil de definir, pero que él caracteriza por cuatro aspectos: sensibilidad para interpretar el mundo interior del alumno a partir de pistas externas; capacidad de percibir la importancia psicológica y social de las características de ese mundo; sentido de los niveles y límites (saber hasta dónde presionar y hasta dónde acercarse) e intuición moral (sentir lo que hay que hacer). Cualquier maestro sabe la lucidez y la delicadeza (o el tacto) que son necesarias para relacionarse con los alumnos de forma fructífera.

 3. LA ESCUELA COMUNIDAD APASIONADA

El maestro no está solo, trabaja en una comunidad de enseñanza-aprendizaje, es decir forma parte de un centro escolar, de un departamento y de complejas redes de todo tipo (administración de la que depende, pueblos o barrio en el que está enclavada la escuela,  grupos de colegas, asociaciones profesionales…la sociedad en general) Sería muy conveniente (aunque poco probable) que todo este entramado sostenga la pasión del maestro. Pero, desde luego, es imprescindible que su entorno inmediato de trabajo, el centro escolar,  sea una comunidad apasionada por la educación.

El docente difícilmente puede llevar a cabo su tarea con entusiasmo en solitario, se quemará en poco tiempo.  Lo deseable es que la escuela entera viva su misión como algo que merece la pena y, si no es el caso, más vale que el maestro dedique parte de su pasión a ganar adeptos a su causa entre sus colegas. Normalmente la pasión de una comunidad no es compartida por absolutamente todos sus miembros, sino que el tono lo da una parte de ella que “tira” del resto, creando una cultura positiva y entusiasta. Los docentes apasionados crean en su entorno esa cultura y constituyen una comunidad de enseñanza-aprendizaje, donde adultos y niños crecen personal y colectivamente.

Louise Stoll resume las características de las escuelas en las que existe una “pasión colectiva” por mejorar:

  1. Objetivos  compartidos: “Sabemos adónde vamos”
  2. Responsabilidad del éxito::”Tenemos que conseguirlo”
  3. Colegialidad: “Estamos trabajando juntos”
  4. Mejora continua:”Podemos hacerlo mejor”
  5. Aprendizaje durante toda la vida: “Es nuestra responsabilidad seguir aprendiendo”
  6. Asunción de riesgos: “Aprendemos si probamos algo nuevo”
  7. Apoyo: “Siempre hay alguien para echar una mano”
  8. Respeto mutuo:”Todo el mundo tiene algo que ofrecer”
  9. Apertura: “Podemos dialogar sobre nuestras diferencias”
  10. Celebración y humor: “Nos sentimos bien con nosotros mismos y juntos”

En nuestro entorno cercano tenemos un ejemplo de escuelas que caminan en esta línea: los centros de la Institución Teresiana.  En el documento institucional Identidad y Misión de los Centros Educativos IT, encontramos muchos de los rasgos de los que venimos tratando. Se habla de una “metodología inspirada en el amor, que tiene en cuenta el despertar y la expresión de los sentimientos” (de maestros y alumnos) y de que “la situación de los niños y adolescentes pide gran capacidad de escucha y de comprensión por parte de los que les acompañan en el difícil camino de crecer de forma integral.(por lo que) el-la tutor-a necesita capacidad de empatía con los alumnos-as y las familias, hacerse cargo de lo que viven para poder acompañarlos, desde donde se encuentran, hacia un proyecto de vida que les traiga felicidad y compromiso con la felicidad de los otros”. Es lo que se denomina pedagogía de la proximidad, que sólo puede darse en un clima educativo semejante a la convivencia familiar, donde profesores y alumnos se sienten a gusto, libres, respetados, trabajando juntos en un proyecto compartido y haciéndolo con alegría.

4. COMPADECERSE CON EL MAESTRO

El maestro apasionado necesita que le cuiden, .porque la compasión siempre le hace a uno muy vulnerable. Dejarse afectar por la vida de los demás, quitarse toda coraza para sentir con el otro, ponerse en el lugar del que se tiene al lado…son ejercicios que producen un enorme desgaste: El docente que cada día pone su entusiasmo en juego y se relaciona con sus alumnos con afecto inteligente corre el riesgo cierto de caer en lo que Day denomina “fatiga de la compasión”. Esta es “una forma de estrés que se desarrolla cuando los cuidadores se han implicado tanto en la atención a los demás que acaban agotados emocional y espiritualmente.”

Para que los maestros conserven la energía y no se dejen devorar por el estrés generado por la continua exposición vulnerable del propio yo, Day, además de aconsejarles que controlen la implicación personal excesiva con los alumnos (no la profesional, que siempre ha de ser máxima) les da una serie de consejos:

  • Cuídate a ti mismo (cuanto más alta sea tu autoestima más eficaz será tu enseñanza)
  • Sé interesado e interesante (busca nuevos conocimientos y experiencia, haz interesante la educación)
  • Busca un amigo crítico (los docentes aislados se queman antes)
  • Haz significativo el aprendizaje (dedica tiempo a ayudar a los alumnos a comprender el sentido de lo que estudian)
  • Equilibra el afecto y el control (pon límites en clase para apoyar a la vez la autodisciplina, el respeto mutuo y el afecto)
  • Cultiva tu sensibilidad cultural
  • Sé activo en las organizaciones profesionales

Pero, aparte de lo que ellos mismos puedan hacer en este sentido, los profesores requieren un gran apoyo externo. Necesitan la comprensión y la empatía de los padres y de la sociedad, que los arrope y respalde, y necesitan el apoyo explícito de sus autoridades académicas y administrativas. Alguien tiene que preocuparse de las necesidades afectivas, del reconocimiento, motivación y satisfacción de los maestros. En todos los sistemas educativos suelen existir planes de formación continua de los profesores, pero ¿quién piensa en planes para mantener la pasión y alimentar la compasión de los docentes?  En ello, en mantener un alto grado de compasión con los maestros, nos jugamos la educación de nuestros niños.

 

Referencias bibliográficas

Assmann. H. (2002). Placer y ternura en la educación. Madrid: Narcea

Day, C. (2007). Pasión por enseñar. Madrid: Narcea

Fried, R. (1995). The Passionate Teacher. A practical guide. Boston: Beacon Press

Meirieu, P. (1997). L’École ou la guerre civile. Paris: Plon

Sarmiento, P. (2004). Fenomenología de la compasión. En Ephemerides Mariológicas, 54,  203-214

Secretariado Poveda de Centros Educativos IT (2007). Identidad y misión de los centros educativos de la Institución Teresiana.

Stoll, L. (1999). School Culture: Black Hole or Fertile garden for School Improvement? En J. Prosser (ed.) SchoolCulture. London: Paul Chapman Publishing Ltd.

 

{*} Referencia original: Muñoz-Repiso, M. (2008). Educar desde la compasión apasionada. Crítica, 958, pp. 22-27.