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EDUCAR EN POSITIVO

.............................................................................................................Ignacio Gonzalo


En el año 2000, Mercedes Muñoz-Repiso nos ofreció su libro Educar en positivo para un mundo en cambio (PPC, Madrid). Cómo pensar de nuevo las bases de la educación para el siglo en el que vivimos, cómo resistir a la ola de derrotismo educativo que nos rodea, y cómo elegir enseñar lo esencial, el sentido de la vida, mediante la seguridad, el amor y la confianza. Puro oxígeno.

Corría el mes de mayo del año 2000 y hacíamos una corta visita a España en medio de varios años vividos en el Perú. Compartíamos un almuerzo familiar con Mercedes en el valle de El Paular, al aire libre y al pie de Peñalara, cuando nos regaló este pequeño libro. En su dedicatoria manuscrita nos habló de la utopía, de la encarnación de la utopía. Al leerla ahora y repasar las cien páginas de este libro, es inevitable ver su vida como ejemplo de esa encarnación. Nuestra intención con el texto que sigue a continuación es rescatar esas ideas para beneficio, sobre todo, de quienes no hayan tenido ocasión de leerlo.

Su lectura transmite una suerte de entusiasmo interno, de energía abundante, que anima a quien lo lee a ser capaz de resistir cuando las cosas no van bien. La autora (y en estas páginas –cuando no se indique lo contrario- vamos a poner en cursiva los textos que son de procedencia prácticamente literal de su libro), nos empuja a elaborar un pensamiento propio, a no dejarse llevar por la corriente derrotista que lo arrasa todo. Es cierto que eso supone en muchos casos ir contracorriente, y de ahí la idea de resistir, aunque no se trata de resistir en solitario sino de ir contracorriente y hacerlo con otros, el voluntarismo aislado no tiene muchas posibilidades de perseverancia. Un análisis de la realidad, libre de prejuicios, que nos lleva a unirnos a otros colegas para exigir cambios estructurales, trabajar juntos, idear soluciones, llevar a cabo proyectos de equipo, reforzarnos en actitudes positivas y asociarnos para el intercambio de experiencias.

 1. A MODO DE RESUMEN NO EJECUTIVO

El libro (que en el propio título habla de un mundo en cambio) recorre en sus dos primeras partes los cambios que se han producido tanto en la sociedad como en el ámbito de la educación. De los cambios que se refieren a la sociedad, se repasan los que se han producido en los medios de comunicación y las tecnologías de la información, la multiculturalidad, los procesos de mundialización y globalización y los cambios en el trabajo y en los modos de producción. Estos modos han cambiado mucho a lo largo del siglo XX, de forma que ya no es la tierra la que se transmite de padres a hijos, ni siquiera la propiedad de las industrias o, a la postre, del dinero (aunque no sea ventaja despreciable poseerlo por herencia familiar, qué duda cabe), sino la transmisión de la educación y del conocimiento. La herencia actual de padres a hijos, toda vez que los cargos casi nunca son hereditarios para la gran mayoría de la población, reside en la educación recibida, en la capacidad de transformar información en conocimiento. Señala, por tanto, la prioridad de invertir en el capital social y humano en un contexto que ha cambiado en lo particular y en lo general. En el ámbito cercano, por los cambios en las formas de vida familiar y su reflejo en la educación, sobre todo en la que abarca los primeros años de la vida del niño. En lo global, porque se ha llegado a inimaginables desequilibrios mundiales y en la actualidad observamos sin dificultad la situación de suma injusticia en que vive el planeta. Aquí tampoco tira la toalla, y anima a la participación en la vida común y a la implicación en la resolución de los problemas, con el diálogo como herramienta privilegiada. Como señala Adela Cortina (1997), los valores que componen una ética cívica son la libertad, la solidaridad, el respeto activo y el diálogo o, mejor dicho, la disposición a resolver los problemas comunes mediante el diálogo.

De los cambios que se refieren al ámbito de la educación, la autora señala de manera predominante la ampliación de los sistemas educativos, tanto en términos de cobertura escolar como en la preocupación de ofrecer una educación básica para todos. Se destaca la incorporación de las mujeres y los pasos hacia la equidad: hoy en día, la defensa de una educación secundaria obligatoria y comprensiva se ha convertido en un imperativo ético y en una premisa irrenunciable. Para lograr estos objetivos habla de la autonomía de los centros y de la participación de la comunidad, porque muchas tensiones aparecen en este proceso de ampliación de la educación y no siempre está claro qué es lo que se entiende por calidad educativa. Aquí la autora cita a Philippe Meirieu: dos lógicas contradictorias coexisten hoy en día en las escuelas primarias y secundarias: una lógica de selección de los mejores y una lógica de formación de todos… En una clase, en el momento de elaborar los ejercicios, poner las notas, dar la palabra a los alumnos o constituir los grupos de trabajo, según que el profesor se sitúe del lado de la selección o del lado de la formación obrará de manera totalmente diferente… Optar por la formación de todos no es bajar el nivel de exigencia, es escoger el compartir en lugar de la discriminación, querer el éxito de todos y cada uno y no el de una minoría.

Es cierto que la ampliación del sistema educativo ha sido en España un proceso largo que no se ha hecho sin afrontar diversos problemas. Tuvimos cuatro años más de enseñanza obligatoria y gratuita con la Ley General de Educación de 1970 (que duplicaban los cuatro existentes hasta esa fecha). A continuación, dos más con la LOGSE de 1990, que extendió la escolaridad obligatoria y gratuita hasta los 16 años de edad. Y, en extremo inicial del sistema, una ampliación notable –con cobertura próxima al 100% de la población- de la educación infantil entre los 3 y los 6 años, para la que en estos momentos también se garantiza su gratuidad con carácter general. Estas ampliaciones sucesivas –que además contribuían a equiparar el sistema español con el de otros países europeos- han generado, sobre todo en el ámbito de la Educación Secundaria, numerosos quebraderos de cabeza entre el profesorado, en particular en lo que se refiere a ese carácter comprensivo que la autora califica como un imperativo ético y una premisa irrenunciable. Al decir esto, está pensando sin duda en garantizar el derecho a la educación para todos, sin pensar solamente en los más dotados o en los que no tienen problemas familiares. ¿Qué dirían sobre estos pensamientos tantos profesores que solamente hablan de falta de interés de los alumnos, de que lo más importante es ‘dar el temario’ y no retrasarse en él, y que cualquier otra consideración es una ‘bajada de nivel’ que procede de esta idea de escolarizar a todos? Habría que preguntarles a quienes así valoran la situación si son capaces de poner el listón entre los niños y jóvenes que aceptarían en sus clases y los que se quedarían en la calle. ¿Nunca habrán pensado en que los cambios de la educación actual nos deben llevar a repensar nuestra tarea como docentes y, sobre todo, a dotarnos de las herramientas necesarias para dar respuesta a esas necesidades de los alumnos?

Las reformas educativas se han convertido en el objeto de análisis preferido de los organismos internacionales –el auge de estos organismos se señala también como un cambio relevante de los últimos tiempos- y las evaluaciones a gran escala son ahora moneda de uso corriente. Todas ellas son bienvenidas, aunque en estas reformas sea preciso estudiar bien el modo de llevarlas a cabo, la formación e incentivación adecuada de los profesores que han de hacerlas realidad, los medios suficientes en los centros, una reflexión crítica sobre su puesta en práctica, la corrección de los errores de planteamiento y un largo etcétera.

La tercera y última parte del libro habla del futuro, y conviene tener en cuenta la fecha en que se escribió. El origen de este texto son unas jornadas de la Fundación SM (entonces Fundación Santa María) realizadas en Orense los días 21 y 22 de enero de 1999, con el título Nuevos retos educativos. Nuevos métodos, en las que la autora asumía una de las ponencias principales. A partir de su presentación escribe a continuación el libro, ya al filo el año 2000, y así nos dice que ha hecho un breve recorrido por el panorama de la sociedad en transición al nuevo siglo y por algunas realidades que configuran la situación actual. Ni abrumar con la visión del mundo global, competitivo, injusto y en continuo cambio, que parece escapar a nuestro control, ni verlo todo de color de rosa al enumerar los muchos logros de los últimos decenios. Más bien, mirar serenamente lo que tenemos alrededor y animarnos con ello a adoptar una postura “optimista inteligente”. Desde luego, solamente quienes sean capaces de “encarnar la utopía”, esa “utopía necesaria” del Informe Delors que es la educación, se atreverán a intentar influir en el rumbo de la historia desde la tarea callada de cada día.

 2. LA CLASE, EL CENTRO Y LA CREATIVIDAD PEDAGÓGICA

Una vida entera dedicada a entender los procesos educativos y a investigar sobre las buenas prácticas docentes permite a la autora seleccionar los puntos clave de la acción educativa. El aula de clase y la organización de los tiempos y los espacios en el centro escolar son las claves físicas. La profesión docente es la clave humana, y la necesidad de que esta profesión recupere su dignidad y su interés, a través de lo que ella denomina creatividad pedagógica, son la prioridad de este factor humano.

La clase es un espacio de seguridad y, si en algún caso no fuera así, es lo primero que debe ser cambiado. Un espacio donde se pueda hacer mal lo que aún no se sabe y aprender a hacerlo bien. Nuestras aulas son lugares donde los alumnos son continuamente evaluados y, con frecuencia, son también lugares donde el error no es fuente de aprendizaje sino de penalización. El miedo debe dejar de ser un ingrediente del clima escolar. Suele ser un miedo sutil, una angustia innombrada (a las notas, al fracaso, al ridículo) lo que se instala entre los alumnos (y también a veces entre los profesores). La posibilidad de equivocarse, preguntar, reintentarlo, debería ser consustancial al proceso de aprendizaje y, unida a ella (como la otra cara de la moneda), la experiencia del éxito.

El fracaso lleva al fracaso, no lleva al éxito, y los suspensos no producen aprendizaje. Como le gusta señalar a nuestro amigo Peter Morales, nunca el fracaso es un indicador de éxito (aquí somos buenos porque suspendemos a muchos…) y, al menos, debería poner en cuestión el trabajo del profesor. Las investigaciones recientes hablan con detalle de las expectativas positivas y del autoconcepto, de la percepción que el alumno tiene de sí mismo como persona y, en particular, como estudiante, de su capacidad para verse a sí mismo como buen o mal estudiante. Dice Mercedes: todos necesitamos gustar el éxito en alguna parcela, para construir la propia autoestima y poner en marcha la motivación, porque es la grata experiencia del logro lo que genera motivación para seguir aprendiendo y no al revés. Por eso es importantísimo que todos los alumnos, sin excepción, tengan la oportunidad de obtener resultados positivos en algún ámbito y se les refuerce por ello.

El centro escolar da sentido a las clases que lo forman, y el todo es mayor que la suma de las partes. Los docentes pasan de la acción individual al trabajo en equipo y, por eso, más allá de los límites del aula, es preciso modificar las condiciones del aprendizaje y, muy en especial, la organización del tiempo y del espacio escolar. Con el esquema rígido de horarios por materias y grupos fijos con un profesor es imposible dar solución a los muchos problemas de los centros y a las demandas de formación que hoy tienen los alumnos.

Los alumnos salen del ámbito familiar para ir a la escuela, que se convierte en el medio de socialización por excelencia que les va a permitir el tránsito a la vida activa y adulta. Para cumplir su misión, el centro tiene que ser una escuela de democracia por la forma de actuar, por el tipo de relaciones que se establecen en él, por la clarificación permanente de las normas de funcionamiento, porque enseñe a los alumnos a reflexionar antes de pasar al acto y así superar la violencia.

Conocedora de primera mano de otras experiencias educativas al margen de la escuela, insiste en que no hay que olvidar que el foco de la educación obligatoria es la socialización de los más jóvenes. Por eso el aprendizaje en solitario, sea por Internet, con la ayuda de un preceptor o con la de los propios padres, desnaturaliza el sentido mismo de la educación en lo que tiene de inserción en una sociedad humana. Y esta concepción lleva a preocuparnos por el factor humano, por el papel del profesor, de ese profesional colectivo que dice Juan Carlos Tedesco, que con su acción renovadora va a ser capaz de responder a los retos de este mundo que cambia. Ser realistas, analizar, estudiar, comprender, planificar, nos convertirá en mejores profesionales. Soñar un mundo mejor nos convierte además en educadores.

Como hemos señalado más arriba, la creatividad pedagógica es el único medio de devolver a la profesión su dignidad y su interés. No se trata de añadir obligaciones suplementarias a la ya ardua tarea de ser profesor. Se trata de destinar la energía que hoy día se emplea en intentar mantener el orden en una clase desmotivada, en empeñarse en seguir un determinado programa y en comunicarnos unos a otros el desánimo y la queja, se trata, digo, de dedicar esa energía a pensar juntos una mejor manera de organizar el quehacer educativo y a exigir de la administración un marco que permita llevarla a cabo.

 3. CAMBIAR LO CAMBIABLE

Pese a tratarse de un texto breve, encontramos una buena selección de iniciativas de mejora relacionadas con el planteamiento de las grandes metas de la educación, aunque también dedica un espacio final para glosar experiencias educativas valiosas en diferentes partes del mundo. En conjunto, Mercedes habla de cambiar lo cambiable y para ello propone tres grandes bloques de mejora.

En primer lugar, hace falta comprender el contexto y los factores de entrada en el sistema educativo, conocer tanto la sociedad en que vivimos como los alumnos concretos a cuyas necesidades queremos responder. Dos conceptos clave son de utilidad en este apartado: por un lado, la educación a lo largo de toda la vida y, por otro, la cuádruple meta formulada como conocer, hacer, vivir con los demás y ser.

En segundo lugar, aconseja replantearse los resultados que se quieren obtener, es decir, repensar los fines de la educación en las condiciones actuales, sin aceptar la visión ultraliberal (centrada en los niveles académicos y en la eficiencia) como la única adaptada a la posmodernidad. Aquí toma como referencia el Libro Blanco de la Unión Europea (Enseñar y aprender: hacia la sociedad cognitiva, del año 1995) que propone las cinco metas siguientes:

  • Garantizar la educación a lo largo de toda la vida.
  • Acercar la escuela y la empresa y reformar la formación profesional.
  • Luchar contra la exclusión como medio para mantener la cohesión social.
  • Dominar tres lenguas europeas.
  • Dedicar tantos recursos a la inversión en formación o en capital humano como a la inversión física (por ejemplo, en infraestructuras).

Junto a estas metas señala, en tercer lugar, la importancia de incidir en las variables de proceso, que van más allá del currículo y de los métodos didácticos, aunque éstos son fundamentales. Aquí la lista es más larga y en algunos puntos la autora se extiende con más detalle. Destaca la actitud innovadora y positiva en el día a día que debe tener el profesorado, así como lo que nos dicen los estudios sobre la eficacia de las escuelas en diferentes aspectos: el liderazgo del director y del equipo directivo; la “presión” académica; la implicación de los padres; la implicación de los alumnos y el fomento de la cohesión organizativa.

Tienen un lugar destacado los estudios de la mejora escolar: la escuela como centro de cambio; la preocupación por los procesos organizativos y por la cultura y el clima escolares; los resultados, definidos en términos de fines propios y de valor añadido a partir de sus condiciones reales; el cambio tratado de un modo sistémico; y la institucionalización de los cambios, de modo que pasen a formar parte del funcionamiento habitual del centro. Al hilo de estos estudios, la autora se detiene en diversas experiencias que nos muestran la escuela del mañana:

  • La experiencia de la reforma francesa, cuya secundaria quiere permitir a todos los alumnos, en su diversidad, adquirir los saberes fundamentales y acceder a las capacidades de juicio y a las formas culturales que les inscriben en la colectividad nacional y europea y, más generalmente, en la historia de los hombres. Para ello hace falta una organización diferente del trabajo de los alumnos, una modernización de los programas de estudios y una redefinición del papel de los profesores.
  • Los movimientos innovadores en países en desarrollo y en ambientes muy desfavorecidos. Iniciativas como las de Fe y Alegría en quince países de América Latina, que permitirían extrapolar buenas prácticas que se llevan a cabo en contextos de gran dificultad al conjunto de sus sistemas educativos. El importante papel de las directoras (pues son mujeres en su mayoría) y la estrecha relación de estos centros de Primaria y Secundaria con el difícil entorno social en el que están enraizados son aspectos clave en el éxito de este movimiento de educación popular.
  • Las escuelas aceleradoras promovidas por Henry Levin en Estados Unidos, más de mil, situadas en zonas de alto riesgo de fracaso escolar. Ofrecen un programa que nos gusta llamar supervitamínico y que se apoya en la gestión participativa y en el desarrollo de valores positivos en los estudiantes.

En fin, muchas otras iniciativas que se han difundido con posterioridad a la aparición de este libro, como las narradas en los Diarios de la calle (Gruwell, 2007) que, aparte de la novedad metodológica para utilizar la clase de lengua como medio de formación en el más amplio sentido de la palabra, nos habla del compromiso de esa profesora para lograr la promoción personal de las alumnas y de los alumnos. A través de los diarios que ellas y ellos escriben, Erin Gruwell acierta a comunicarnos el valor de las expectativas elevadas y, al hacer que sus clases se conviertan en un lugar vivo y conectado con sus intereses cotidianos, pone a los alumnos en situación de apoderarse de las herramientas que, aunque sean propias de su cultura, nunca habían sentido destinadas a ellos. Una ventana se abre y, tras cuatro años de secundaria trabajados a este ritmo ambicioso, seguir con estudios universitarios se convierte en una realidad para la mayoría, ¿quién lo hubiera soñado?

 4. LA MISIÓN DE LA EDUCACIÓN

El libro hace confluir todas estas consideraciones en una reflexión final, a modo de conclusión, sobre la misión de la educación y el papel del educador, en la que la autora alcanza el mejor nivel de propuesta educativa. La misión se expresa a través de algunas ideas contundentes: enseñar lo esencial, es decir, el sentido de la vida. El aprendizaje de las matemáticas, de la lengua, de la química, de la historia, de la tecnología o de la música, no tiene más finalidad, en el fondo, que ayudar a los niños y a los jóvenes en su búsqueda de sentido. Y critica la organización –o la segregación- que los currículos tradicionales han planteado muchas veces: saberes utilitarios y culturales, las “ciencias” y las “letras” ayudan desde distintos ángulos a reconstruir el “puzzle” de la vida, a comprenderse a uno mismo y a entender el mundo.

Identifica la función de los aprendizajes más típicamente escolares y en ningún momento se muestra ambigua sobre su importancia: la complejidad del mundo de hoy exige cultivar ambas facetas, la de las Humanidades (que no se deben reservar para unos cuantos privilegiados) y la de los conocimientos prácticos (que pareciera que se destinan a los que “no llegan a más”). Todos estos saberes han de ser enseñados, y enseñados bien, pero sin olvidar su papel secundario.

Al hilo de las ideas del filósofo Olivier Reboul, insiste en que vale la pena enseñar lo que libera y lo que une, y proclama su convicción de que todas las materias escolares valen en tanto que liberan y unen: libera el conocimiento científico, que ayuda a desprenderse de los prejuicios y de las visiones arcaicas del mundo, las lenguas que sirven para poner en palabras la realidad y las ideas, la historia que permite relativizar el presente; lo que une es la cultura común, el arte en el que compartimos sentimientos, la curiosidad científica compartida. Son apenas cinco líneas, pero nos transmiten con tanta energía el para qué de la educación escolar que uno sospecha que no se puede hacer mejor con menos palabras.

Sobre el papel del educador para contribuir tanto a definir como a llevar a cabo esta misión de la educación, su propuesta es hija de ese “lograrse” del que nos hablan los pensadores españoles a partir de Ortega: “estar haciéndose”, “quehacer-se”, “la vida es un dentro que se hace un fuera”...

¿Cómo, si no estamos constituidos como personas los educadores, vamos a contribuir a la formación de otras personas? Los actos de los seres humanos dependen en gran medida de sus pensamientos, sentimientos, actitudes… todo eso que podríamos denominar su “mundo interior”. Desde esta perspectiva, todo lo que contribuya a cambiar nuestros esquemas mentales tendrá repercusión en nuestras acciones y por eso suele decirse que “no hay nada más práctico que una buena teoría”.

Con seguridad será un proceso a largo plazo, pero la consecuencia para la formación inicial y permanente del profesorado está clara, pues solamente con una personalidad bien integrada se puede llegar a educar: de ahí la importancia de alimentar la mente con ideas y pensamientos positivos. Realistas, bien fundamentados y críticos, pero positivos, pues sólo desde la fe en el ser humano y la confianza en el futuro se puede educar. Un entusiasmo que se refleja en la propia dedicatoria del libro, a la mayor de sus tres hijas, Sonia, que une a la ciencia entusiasmo y la disfruta a diario con sus alumnos.

Al hilo del verso de Pedro Salinas (“lo que eres me distrae de lo que dices”) refuerza la implicación total de la persona del profesor en la acción educativa: es sabido que se educa mucho más por lo que se es que por lo que se pretende enseñar. Se podría aplicar fácilmente a los educadores el verso de Salinas, porque nuestro modo de ser y de actuar seguro que dejan mayor huella en los más jóvenes que nuestras palabras.

 5. OFERTA DISCRETA: EDUCA MEDIANTE EL AMOR Y LA CONFIANZA

Como vemos, una obra que recoge ideas formadas a lo largo de toda una vida, ideas nacidas de la convicción y de la experiencia, que al ponerse por escrito parece que han tenido que vencer el pudor de decir en voz alta lo que constituye el núcleo de la educación en la que cree: ya sé que esto de querer a los alumnos suena como antiguo y poco científico. Pero, con otra terminología quizá, este principio no ha dejado de estar vigente en la educación, porque siempre se mencionan como factores fundamentales de eficacia docente las “altas expectativas” (“efecto Pigmalión”) y la “adecuada interacción profesor-alumno”.

Esta propuesta de educar mediante el amor y la confianza es la que Mercedes ha experimentado y la que ha visto en los mejores profesores con los que ha trabajado en los muchos empeños de investigación educativa que ha liderado. Tampoco desde la experiencia de los profesores más comprometidos se ha olvidado esta verdad tan sencilla: dice Jaume Cela (1994), director de la Escoleta en Barcelona, que sólo es efectivo reprender a un niño cuando se le quiere y él lo sabe. Y así ocurre con todo, la educación sólo se puede llevar a cabo desde el aprecio hacia el alumno, por poco amable que nos resulte.

Ese entusiasmo interno que hemos visto a lo largo de este libro, esa energía que empuja a resistir cuando las cosas no van bien con la que hemos comenzado estas líneas, tiene un destinatario que es la propia niña o el propio niño al que se educa: confiar en un niño, en sus posibilidades de mejora, es condición necesaria para que se desarrolle como persona. A veces es la confianza contra toda lógica de un solo profesor la que salva a los alumnos de la exclusión, de las etiquetas precoces que los catalogan como “fracasos escolares”.

Sí, quizá contra toda lógica, la tarea educativa, una cosa discreta, es asunto de amor y confianza. ¿Quién puede dar más?

Referencias Comentadas

Jaume Cela y Juli Palou (1994). Con voz de maestro. Madrid: Celeste Ediciones.

Jaume acaba de aceptar la dirección de su colegio y mantiene un intercambio epistolar con su amigo Juli, jefe de estudios en otro centro. Con estas cartas, llenas de realidad y de sólidas reflexiones pedagógicas (que con el título Amb veu de mestre se llevaron el Premio de Pedagogía Rosa Sensat en el año 1992), recorremos las inquietudes de dos profesionales que se apasionan con su tarea cotidiana. Un verdadero regalo, que nos debería animar a escribir sobre lo que hacemos.

Adela Cortina (1997). Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía, Madrid: Alianza.

Esta catedrática de Ética y profesora de Filosofía Política nos ha hablado a menudo de la ciudadanía, del consumo, de los dilemas en la sanidad y de otros aspectos cotidianos de la ética aplicada. Su búsqueda de una ética cívica o de una ética de los ciudadanos, de las personas, se ha articulado alrededor del concepto de ética de mínimos: ¿seremos capaces de descubrir conjuntamente el capital ético compartido, sin el que una sociedad se sabe inhumana, bajo mínimos de humanidad?

Erin Gruwell y Freedom writers (2007). Diarios de la calle. Barcelona: Elipsis.

A través de los diarios redactados por los propios alumnos, escritos hace quince años por jóvenes de los que solemos considerar encaminados hacia el fracaso escolar, vemos cómo esta profesora de un instituto en los alrededores de Los Ángeles desarrolla sus ganas de superación y, a través de la palabra que describe su vida cotidiana, les proporciona herramientas para construirse como ciudadanos de pleno derecho.

Mercedes Muñoz-Repiso. 2000. Educar en positivo para un mundo en cambio. Madrid: PPC.

Basta leer las cuatro últimas páginas para que la convicción y la experiencia que muestra la autora te obliguen a leer de inmediato este breve libro. Cómo pensar de nuevo las bases de la educación para el siglo en el que vivimos, cómo resistir a la ola de derrotismo educativo que nos rodea, y cómo elegir enseñar lo esencial, el sentido de la vida, mediante la seguridad, el amor y la confianza.