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.2010 - Volumen 3, Número 1 (e).
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Panel 5 |
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Marta Souto | |||||
En primer término agradezco a las dos universidades que convocaron a este encuentro y a sus organizadores por haberme invitado a formar parte de esta mesa compartida con los colegas. El interés de los trabajos presentados en la misma estriba en el sentido de enlace o articulación entre:
Se presentaron aquí formas complementarias al mero control. Por eso, mi reflexión inicial estará centrada en volver al sentido de la evaluación y las formas de pensarla. 1. Acerca del sentido de la evaluación
Por ello estos dos términos plantean la diferencia entre dos lógicas, dos modos de pensar que están implícitos tanto en los “modos o formas de evaluar”, en las acciones de evaluación como en las concepciones de evaluación. Sabemos que la palabra evaluación ha sido utilizada en ambos sentidos y en su indiscriminación semántica y conceptual ha triunfado la segunda, es decir, el peso de lo cuantitativo y del control. Esto no solamente se evidencia en la ubicación de los desempeños de los profesores en escalas, en la tendencia a la estandarización sino también, y aún más, en el otorgamiento de estímulos económicos, de recontratos en virtud de los puntajes logrados por los profesores. Dentro de estas formas, pareciera que el cuestionario a los alumnos ocupa el lugar de un instrumento básico, poniendo a los estudiantes como único actor-evaluador y desplazando en ellos la función evaluadora que debiera asumirse desde otros actores además de los estudiantes. Por otro lado, se da a las encuestas de “opinión”, al smile test (A. Pain) un valor y lugar privilegiado de testimonio, de evidencia documental de la actuación del profesor.
Para dar cuenta de la complejidad de la evaluación docente es necesaria la diversificación de la evaluación en términos de:
La complejidad de la evaluación requiere dar cuenta de las diferentes dimensiones que la atraviesan. Entre ellas: ideológica, política, económica, administrativa, institucional, grupal, personal, instrumental y técnica, epistemológica, pedagógica y ética. Es necesario también considerar e incluir la diversidad de situaciones de enseñanza a evaluar y la polivalencia de la función docente que se evidencia en multiplicidad de roles y las modalidades de participación del docente en las propuestas de enseñanza y de evaluación institucional.
2. Acerca de la articulación entre evaluación y formación del docente El segundo punto que me interesa señalar, y en este sentido hice la afirmación de articulación o puente en esta Mesa, es la búsqueda de nuevas alternativas vinculadas al mejoramiento y a la formación de los docentes. Entre ellas, en distintas exposiciones ha tenido un lugar especial la utilización del portafolio, en diversos aspectos:
En tanto esas reflexiones puedan ser compartidas en espacios grupales colaborativos, puedan ser “colegiadas”, como aquí se expresó, se potencia como un instrumento que socializa esas prácticas, las que dejan de ser individuales para pasar a ser compartidas, abriendo un espacio de formación a los docentes, un espacio de experiencia en común, en colaboración que de lugar a la discusión de metas, a la discusión de diferentes puntos de vista, etcétera. Un punto de interés en el uso del portafolio es el pasaje de un instrumento subjetivo, válido para quien lo construye a un instrumento que pueda ser comunicado. Ello requiere de ciertos formatos para su organización y de reglas claras acerca de su uso en función de principios éticos y deontológicos que el sistema de evaluación debe explicitar. No es lo mismo mostrar a otros que mostrarse a sí mismo, por ello es válido pensar en más de un portafolio. Tiene la riqueza del proceso, de la temporalidad, del “camino que se hace al andar” y desde la experiencia. Sin cerrar y dejando que las diferentes prácticas, por ejemplo, presenciales y virtuales –como aquí fueron presentadas–, y los diferentes roles, puedan mostrarse en sus características. Por último, toda evaluación tiene un sentido institucional, hay una complementariedad entre los desempeños de los docentes y las dinámicas institucionales, esa complementariedad debe ser tenida en cuenta. Los sistemas deben considerar la singularidad de la institución en la que el docente trabaja, por ello no es posible pensar en sistemas impuestos en general. Los sistemas de evaluación deben ser flexibles, estar siempre en revisión, no cosificarse y respetar la autonomía y libertad del docente y de la universidad intentando la comprensión de sus modalidades de desempeño más que su cuantificación. La búsqueda de un modelo de desempeño por competencias, o de formación, también debe ser puesta en interrogación para dar lugar a la diversidad, a la heterogeneidad y no a la homogenización. El sentido de evaluación como análisis, comprensión y no como medición debe, a mi criterio, inspirar las prácticas de evaluación en la universidad. Y las prácticas en uso deben ser cuestionadas desde el ángulo epistemológico en el sentido de plantearse a qué formas del pensar y del pensamiento pedagógico responden. Para cerrar, diré que no alcanza con sostener que la evaluación es compleja es necesario respetar esa complejidad y sus principios: la heterogeneidad, la singularidad, la temporalidad y duración, la multidimensionalidad, la historicidad, la contextualización de las situaciones y procesos y las diversas relaciones con el mejoramiento de la enseñanza, de los aprendizajes y la formación de los docentes. Trabajar sobre esas articulaciones parece necesario a la luz de las interesantes presentaciones de esta Mesa. |
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