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Campos Alanís, J. (2011). La geografía de la marginación. Enfoque conceptual y metodológico alternativo para el caso de México. Saarbrücken: Editorial Académica Española. 265 páginas. ISBN: 9783845483856

Karl Marx (1818-1883) propuso en el siglo XIX que los filósofos no debían sólo interpretar el mundo sino transformarlo; de ahí que su crítica a la sociedad capitalista, a la cultura de ella emanada y a la religión, buscaran la emancipación del hombre explotado y enajenado. Dicha explotación y alienación eran resultado no sólo de la religión (que Marx miró como un consuelo que al ocultar la injusticia y desigualdad social crea dependencia y resignación, situación por la cual la llamó el opio del pueblo), sino esencialmente de un sistema que encubría una contradicción social creciente, pues la división social entre clases antagónicas, con intereses opuestos, hacía notar que la libertad y la igualdad jurídica y económica, eran sólo quimeras.

Pensaba este filósofo y economista alemán que el capitalismo habría de conducir a la humanidad a la miseria pues, literalmente, abría un abismo entre capitalistas y trabajadores. Esto lo llevó a pensar que la única salida posible ante la situación estaba en la revolución social. Un siglo más tarde, Karl Raimund Popper (1902-1994), al igual que Marx, acusaba a los intelectuales de “querer simplemente ser agudos en lugar de ayudar” (Popper, 1999:245), y advirtió cómo la depauperación invadía progresivamente al Tercer Mundo.

Pero el tema de la pobreza no es reciente; tampoco lo es la reflexión que se ha hecho sobre él. Thomas Robert Malthus (1766-1834), por ejemplo, publicó en pleno siglo XVIII (de total confianza en la razón, la prosperidad, el progreso y la felicidad humana) un libro que nació cobijado por el sentido común pero que luego logró revestir de datos y hechos destinados a demostrar que la explosión demográfica habría de llevar a la Humanidad a la miseria. En su Primer ensayo sobre la población –texto impregnado de melancolía y emergido de las “tintas sombrías de la propia realidad”, según sus palabras–, se planteó el propósito de denunciar lo que consideraba el principal obstáculo que la sociedad enfrentaba, a saber: la sobrepoblación y la estrechez que ésta trae consigo, pero también buscó contribuir al esclarecimiento del tema y anunciar una solución posible.

Así, escribió:

(…) se observa una presión constante hacia el aumento de la población. Esta presión tiende, con no menos constancia, a hundir a las clases inferiores de la sociedad en la miseria y a evitar toda permanente mejora considerable de su situación.

Los pobres vivirán, por consiguiente, mucho peor, y muchos de ellos se verán abocados a la más angustiosa miseria. Por el número de trabajadores superior a las posibilidades de absorción del mercado laboral, el precio del trabajo tenderá a disminuir, mientras que los precios de los productos alimenticios tenderán a subir. El obrero se verá, pues, obligado a trabajar más para ganar lo mismo. (Malthus, 1983: 42-43).

¡Cuánta verdad y vigencia tienen estas palabras! Y cuán olvidadas están en la historia, no ya de la economía sino de las ciencias en general. Y es que no debemos pasar por alto que la ciencia (así, sin apellidos) al intentar describir, explicar, predecir y controlar la realidad que se encarga de estudiar y comprender, lo que busca en el fondo es abrirnos los ojos. Malthus lo intentó, también Karl Marx, Friedrich Engels (1820-1895), Georg Lukács (1885-1971), Louis Althusser (1918-1991), y muchos otros en los que no pensamos porque de alguna manera hemos sido forzados a ello.

Fue precisamente Lukács, en su libro Historia y conciencia de clase, quien advirtió que las ciencias son formas de la ideología que mistifican la realidad y ocultan sus reales contradicciones. Más cerca de nosotros, Michel Foucault (1926-1984) escribió, en su Microfísica del poder, que las ciencias crean un aparato de saber, un discurso de poder y una dominación del conocimiento. En este sentido, advirtió, estamos “sometidos a la producción de la verdad desde el poder y no podemos ejercitar el poder más que a través de la producción de la verdad” (Foucault, 1992:148). De esta forma las disciplinas, al portar un discurso y referirse a un horizonte teórico, conllevan a la normalización. Son entonces

instrumentos efectivos de formación y de acumulación del saber, métodos de observación, técnicas de registro, procedimientos de indagación y de pesquisa, aparatos de verificación. Esto quiere decir que el poder, cuando se ejerce a través de mecanismos sutiles, no puede hacerlo sin formar, sin organizar y poner en circulación un saber, o mejor, unos aparatos de saber que no son construcciones ideológicas (Foucault, 1992:155-156).

Foucault pensaba que históricamente la sociedad occidental ha sido propensa a la ciencia pero también a la obligación de verdad, a la imposición de lo verdadero y a la ritualización que dicha imposición implica. De igual forma, yendo más allá de Marx, señaló que el “poder no tiene como única función reproducir las relaciones de producción. Las redes de la dominación y los circuitos de la explotación se interfieren, se superponen y se refuerzan, pero no coinciden” (Foucault, 1992: 127-128). Pensó de esta manera que cada uno de nosotros ejercemos el poder y lo padecemos porque cada individuo, al ser fruto de una relación de poder, vehicula el poder mismo.

En el libro ya referido, Foucault hace dos pronunciamientos: el primero en contra de academizar a Marx; el segundo, a favor de comprender el estallido que su pensamiento produjo. Asimismo, dirá que las funciones del intelectual son revelar la verdad, descubrir lo que no ha sido percibido y decir lo que ha permanecido silenciado.

Por otra parte, Foucault reconoce en esa misma obra que la geografía ha estado en el centro de su actividad intelectual. Referirá diversas metáforas geográficas (territorio, campo, desplazamiento, dominio, suelo, región, horizonte…) pero advertirá igualmente que sólo una de ellas es auténtica: la de archipiélago, quizás porque alude algo que es difícil de enumerar por su abundancia. Igualmente, y quizá sin proponérselo, este psicólogo e historiador de las ideas reivindica la importancia de la disciplina geográfica y le da un lugar preponderante en la reflexión actual. Por ello escribió:

Cuanto más avanzo, más me parece que la formación de los discursos y la genealogía del saber deben ser analizadas a partir no de tipos de conciencia, de modalidades de percepción o de formas de ideologías, sino de tácticas y estrategias de poder. Tácticas y estrategias que se despliegan a través de implantaciones, de distribuciones, de divisiones, de controles de territorio, de organizaciones de dominios que podría constituir una especie de geopolítica, punto en el que mis preocupaciones enlazarían con [los] métodos [de la geografía]. (Foucault, 1992:132).

Hoy advertimos que la globalización es asimétrica y que temas como la pobreza y la desigualdad, la vulnerabilidad social y la exclusión, tienen que ver no sólo con el ingreso y la riqueza, sino también con el acceso a la educación, la salud, la vivienda, el transporte y la energía, incluso con la exposición a factores de riesgo y desastres naturales. Hoy la pobreza sigue siendo un problema, pero no de una región o un continente, es un problema mundial que ha obligado a los países a generar políticas y programas con el fin de erradicarla. No obstante, dichas políticas y programas que los Estados han puesto en marcha, al partir de la idea de que la pobreza es un hecho social que se tiene que combatir, esto es, con-tener, nos obligan a pensar que aquélla es el gran desafío que tenemos vigente y con el que tenemos que aprender no sólo a convivir sino a lidiar. El Estado Benefactor, por ejemplo, para compensar las carencias de los trabajadores ofreció en otro tiempo subsidios al consumo y prestaciones con el fin de mitigar la pobreza. Ésta, sin embargo, ya no es vista hoy como lo fue en otro tiempo, como consecuencia lógica de la pereza y la ociosidad; ahora se entiende como un acontecimiento que se da en el seno de la sociedad y que es factor de desequilibrio y fragmentación. La pobreza, lo sabemos, se opone al desarrollo pues condena a quienes la padecen a todo tipo de desventajas: económicas, sociales y culturales. Esto conlleva a la marginalidad socioeconómica; esto es, a una condición en amplios sectores de la población quedan al margen de satisfactores y servicios. Este tema, a diferencia del que se refiere a la pobreza, sólo se ha comenzado a estudiar en nuestro país a mediados del siglo pasado.

La marginalidad, los índices de marginación y las variables de éste, en México fueron estudiados a partir de los años sesenta. Y el tema, que tradicionalmente ha sido objeto de análisis de la ciencia económica, también hoy lo es de la sociología, la ciencia política y múltiples disciplinas desde las cuales se piensa, o bien, a las cuales afecta directa o indirectamente: antropología, filosofía, ecología, ética, medicina, demografía, pedagogía, urbanismo, derecho… Lo anterior tiene una explicación: el tiempo que nos ha tocado vivir nos permite advertir cómo la globalización ha alterado prácticamente todo. Así, no sólo se borran las fronteras entre países sino también se disipan los linderos de las ciencias. Esto ha hecho posible en la actualidad su convergencia; ésta, ha posibilitado entender y atender, con mayor o menor impacto, los problemas que la sociedad enfrenta hoy día.

Es posible decir que en pleno siglo XXI hay investigadores interesados en ir de la marginación de la geografía como ciencia, a la geografía de la marginación como indicador, metodología y herramienta para instrumentar políticas públicas. Uno de ellos, el doctor Juan Campos Alanís, profesor-investigador de la Facultad de Geografía de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), ha advertido que es preciso echar mano de la disciplina geográfica pues ésta aporta información valiosa relacionada con la ubicación de los pobres, la influencia de factores territoriales en su condición, los obstáculos que la población marginada tiene para acceder a servicios y satisfactores, y la preponderancia que presentan la localización y distribución de estos últimos, para facilitar o impedir el acceso a aquéllos.

En su libro La geografía de la marginación. Enfoque conceptual y metodológico alternativo para el caso de México, Campos Alanís señala que la mayoría de indicadores utilizados en la medición de la marginación socioeconómica son a-espaciales (tal vez no sólo han sido “a-espaciales” sino “anti-espaciales”, es decir, hostiles a considerar los aspectos que ahora el autor enfatiza), esto es, pasan por alto tanto la localización como la distancia de los sitios donde se prestan los servicios. Y va más allá cuando suma a la distancia física la distancia social, es decir, la capacidad (o incapacidad) que tiene una persona tanto para acudir al lugar donde se presta un servicio como para pagarlo. La distancia, los medios y modos de transporte disponibles, incluso la topografía del lugar, ponen al margen, señala, a importantes sectores de la población. Por ello refiere las naciones de justicia espacial y accesibilidad a los servicios, pues advierte que la localización espacial es un factor fundamental en la exclusión al impedirle, a una población en desventaja, satisfacer sus necesidades de abasto, recreación, educación, asistencia social, salud, trabajo, etc.

Esta tesis, que considera al territorio como una dimensión fundamental para estudiar la marginación, lleva al autor a sostener que nuevos estilos y condiciones de vida generan igualmente nuevas formas de marginación y nuevos marginados (inmigrantes, desempleados de largo plazo, jóvenes sin trabajo y sin escuela, madres cabeza de familia, adultos mayores, subempleados, etc.). Éstos, los paradigmas y las metodologías tradicionales ya no pueden explicarlos ni medirlos cabalmente. Por ello el autor, luego de reconocer que la marginalidad y la marginación son conceptos diferentes; abordar la discusión sobre la marginación socioeconómica desde distintas corrientes (el liberalismo económico, el marxismo, las corrientes de pensamiento latinoamericano, el neoliberalismo y la globalización); ahondar en las subdimensiones de la marginalidad (económica, territorial, sociocultural, sociopsicológica y política); recuperar los estudios hechos sobre la pobreza para subsanar los huecos existentes en el análisis de la marginación y abordar el enfoque del Desarrollo Humano para rescatar de él un elemento que considera clave a la hora de hacer frente a la vulnerabilidad y exclusión social: el concepto de oportunidades, termina por vincular esta noción con la fuerte influencia que tiene el territorio en la determinación de las ventajas o desventajas a la hora de acceder a satisfactores y servicios.

Desde su perspectiva, la relevancia que tiene la localización radica en que ésta puede ser una puerta o una barrera. La ciudad misma, entonces, puede concebirse como el famoso laberinto de Dédalo –aquel ateniense que alcanzó fama por haber ideado un lugar para encerrar al Minotauro–, en donde sólo aquellos que conocen sus rincones pueden libremente transitar por ellos; pero quienes ignoran la construcción del laberinto, quienes no conocen sus curvas y pasillos, pueden fácilmente hallarse en un callejón sin salida.

En La geografía de la marginación, Juan Campos reconoce que el tema de la pobreza tiene un vínculo muy estrecho con la marginación, término por el que se inclina ya que, a diferencia de la marginalidad que parece nacer de un criterio estrictamente económico, aquél hace alusión a un cúmulo de necesidades básicas insatisfechas y a un problema estructural que lejos de remediarse se agrava. Hoy, la precariedad de las viviendas, la falta de infraestructura, las paupérrimas condiciones de trabajo de amplios sectores (con salarios ridículos, sin seguridad social ni laboral, etc.), el hacinamiento, el analfabetismo, entre otros aspectos, pueden no sólo pensarse sino medirse mejor si se incorpora en el método respectivo la variable espacial. Ésta, ha sido ignorada por una parte y menospreciada por otra, pero bien empleada puede no sólo dar cuenta de la carencia de determinados satisfactores sino de las posibilidades de acceso a los mismos. Por ello el autor advierte que medir la influencia que tiene la variable espacial en la distribución de los servicios y la accesibilidad a los mismos permitirá, por una parte, superar los severos procesos de desigualdad social que las metodologías enmascaran, muy a su pesar; por otra parte, se pronuncia a favor de utilizar al máximo el potencial que se desprende de su análisis, pues entiende que éste permitiría una correcta distribución geográfica de los recursos y la reorientación de muchas políticas públicas y programas gubernamentales.

La obra del doctor Juan Campos Alanís no sólo da razones, como hemos dicho, para subrayar la importancia que tiene la disciplina geografía sino que, al innovar en el campo de investigación de esta área del conocimiento, plantea una revisión respecto a la formación del geógrafo y a la tarea que tiene en la actualidad. Al mismo tiempo, deja ver la necesidad de que la Universidad, como Institución de Educación Superior, sea la cabeza y no la corona del sistema educativo mexicano, esto es, sea el espacio donde florezcan las ideas que permitan reorientar las políticas públicas para acabar con la inopia. Al final de cuentas, ¿no es éste el compromiso social que tiene la Universidad?

Obras consultadas

Foucault, M. (1992). Microfísica del poder (3ª ed.) . Madrid: Las Ediciones de La piqueta.

Lukács, G. (1985). Historia y consciencia de clase (Vol 2) Colección Los grandes pensadores 58. Madrid: Sarpe.

Malthus, R. (1983). Primer ensayo sobre la población. Colección Los grandes pensadores 30. Madrid: Sarpe.

Marx, K. (1999). Teoría económica. Colección Grandes obras del pensamiento contemporáneo 6. Barcelona: Altaya.

Popper, K.R. (1999). La responsabilidad de vivir. Colección Grandes obras del pensamiento contemporáneo 7. Barcelona: Altaya.

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